Durante décadas, la Iglesia ha pedido que los fieles laicos sean instruidos y catequizados regularmente por expertos y por nuestro clero en liturgia y música sagrada. Esto ha incluido la instrucción en latín y en la música priorizada por la Iglesia, como el canto gregoriano y la polifonía. Desafortunadamente, tal catequesis e instrucción ha sido excepcionalmente rara en la Iglesia en los Estados Unidos. Pero en San Bartolomé queremos ser ejemplares en nuestro compromiso de seguir adelante con las prioridades expresadas por la Iglesia. Y sabemos que este compromiso requiere la enseñanza y exposición gradual a la teología litúrgica, así como a partes de nuestra increíble herencia católica que lamentablemente han quedado olvidadas.
Por ejemplo, la congregación para el culto divino ha dicho que: “todos los fieles deben conocer al menos algunos cantos gregorianos en latín como, por ejemplo: el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei”. Sin embargo, hasta hace poco la mayoría de nosotros hemos sido privados de este conocimiento y nunca recibido ningún tipo de enseñanza al respecto.
Y quizás aún más importante, estamos escuchando sobre la renovación litúrgica debido a que el Concilio Vaticano II enfatizó la importancia de que cada uno de nosotros participe plena, consciente y activamente en la liturgia, especialmente a través de una profunda participación interior en la oración y canto. "Se debe educar a los fieles a unirse interiormente a lo que los ministros o el coro cantan, para que eleven su espíritu a Dios (…) Por medio de una catequesis y pedagogía adaptada, se llevará gradualmente al pueblo a participar cada vez más en los cantos que le correspondan, hasta lograr una participación plena." Estamos esforzándonos por hacer lo que la Iglesia nos ha pedido. Porque Él nos amó primero, ¡buscamos hacer Su voluntad!
La Iglesia ha enseñado constantemente que la Misa es el centro de toda la vida de la Iglesia. La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana, lo que significa que ofrecer la Misa es la “acción” más importante de la Iglesia. La Iglesia enseña una y otra vez que el propósito de la liturgia es dar gloria a Dios y santificar a los fieles. Es decir, adoramos, alabamos y damos gloria a Dios y al hacerlo bien, por la gracia de Dios, nos volvemos más santos y nos unimos más a Cristo.
Una enseñanza relacionada y hermosa de San Juan Pablo II es que “la liturgia une los dos santuarios, el templo terreno y el cielo infinito, Dios y el hombre, el tiempo y la eternidad.” En la liturgia, es posible que no podamos “verlo”, ¡pero el cielo se une a la tierra! Participamos, de manera velada, en la liturgia celestial. En la Misa podemos tener un anticipo del banquete celestial eterno por el que todos luchamos, con la ayuda de la gracia de Dios. Asimismo, es importante destacar que a través de la Misa se ofrece al Padre toda la creación, todo el universo. Todo fue creado por el Verbo (“En el principio era el Verbo…”), y el Verbo - Jesucristo - asumió la humanidad tomando carne y encarnándose; por tanto, Jesús, el Hijo de Dios, puede ofrecer toda la creación de vuelta al Padre para que sea santificada porque, como Hombre, Jesús es el Sumo Sacerdote, el Único y verdadero Mediador entre la criatura y el Creador.
Un video reciente llamado "The Veil Removed" es la representación de un artista de la verdad fundamental de que la Misa no es tanto algo que hacemos sino, ante todo, una participación tanto en la liturgia celestial como en el sacrificio en el Calvario. (Busque “The Veil Removed” en su navegador web para ver este cortometraje). ¡Qué increíble gozo y privilegio es asistir a misa!
La Renovación Litúrgica comenzó como respuesta a un examen más detenido de lo que la Iglesia Católica realmente nos enseña y nos dirige a hacer cuando celebramos la liturgia, especialmente la Misa. Uno de los elementos más críticos para ofrecer bien la Misa es hacerlo con gran reverencia.
El Padre Christopher, durante sus primeros tres años aquí, observó en la parroquia una gran reverencia y respeto por la Misa, mientras que al mismo tiempo, una oportunidad para crecer en reverencia. En la medida en que la parroquia fue reverente, la gente de San Bartolomé mostró que estaba lista para dar los siguientes pasos y abrazar esta renovación. En la medida en que la parroquia carecía de reverencia, estaba claro que la parroquia necesitaba esta renovación.
El Padre Christopher no solo tenía en mente signos externos de reverencia como abstenerse de una conversación social en la iglesia, hacer una genuflexión ante el tabernáculo o arrodillarse en los momentos adecuados. Pero más profundamente, también fue una consideración tanto de una disposición externa como interna de la verdadera adoración de Dios el Padre a través de Jesucristo. Esto involucra una disposición que se enfoca en Dios más que en uno mismo; una disposición que reconoce que la liturgia no se trata de sentimientos cálidos, preferencias personales o “lo que obtengo de ella”, sino de glorificar a Dios a través de un don de sí mismo en obediencia a las prioridades y rúbricas dadas por la Iglesia.
Desde la época de los Apóstoles, la Santa Misa se ha desarrollado hacia este único y saludable propósito. Las reformas de la liturgia del Concilio Vaticano II tenían como objetivo ayudar a los fieles a participar en esta auténtica ofrenda de sacrificio mediante la cual glorificamos a Dios y, por lo tanto, somos santificados. Desafortunadamente, mucho de lo que los padres del consejo ordenaron, priorizaron o sugirieron fue distorsionado, ignorado o muchas veces hubo oposición. La renovación en nuestra parroquia busca corregir esos errores y avanzar verdaderamente lo que el Concilio Vaticano II propuso como bueno y necesario para la sagrada liturgia.
En virtud de nuestro bautismo, los laicos somos partícipes de la misión sacerdotal de Cristo: nos convertimos en un sacerdocio real (1 Pedro 2: 4-9), participamos en el sacerdocio de Cristo y entramos en el sacerdocio universal de la Iglesia. ¿Qué hace un sacerdote? Éste sacrifica y consagra. Habiendo sido ungidos en nuestro Bautismo, también nosotros estamos llamados a sacrificarnos y consagrarnos.
Con esto en mente, el arzobispo Chaput ha enfatizado que la liturgia es una "escuela de amor sacrificial". Como los mártires a lo largo de los siglos, estamos llamados a ofrecernos a Dios como un "sacrificio vivo de alabanza". Recordando que la liturgia es fuente y cumbre de la vida cristiana, es, ante todo, en la Misa que nos hacemos “una ofrenda perfecta, santa y agradable a Dios”.
Mientras que los laicos viven principalmente su sacerdocio universal en el mundo, consagrando y santificando la vida familiar, nuestro trabajo, nuestras comunidades y nuestra nación, el Arzobispo Chaput nos ha recordado que "hacemos nuestro sacrificio de alabanza ante todo en la Eucaristía". Nos unimos al sacerdote, que es sacerdote por el Bautismo y la ordenación ministerial, para ofrecer la Misa como el sacrificio perfecto para nosotros, para los demás y para el mundo entero.
El movimiento de la Misa no termina aquí porque somos enviados a hacer de nuestra vida un sacrificio vivo y así renovar todo el orden temporal. Habiendo participado en la escuela del amor sacrificial, los laicos salimos al mundo y como Cristo en la liturgia, derramamos nuestra vida por el bien de la Iglesia, por los demás y por todo lo bueno, verdadero y bello. Como enseñó San Juan Pablo II, consagramos el mundo viviendo bien nuestra vocación en las “circunstancias ordinarias de la vida familiar y social”, “buscando el Reino de Dios” y ordenando nuestra vida y nuestro mundo “según el plan de Dios". Después de haber sido enseñado por la liturgia, cada cristiano está llamado a consagrar y santificar el mundo con un amor sacrificado inspirado en Jesucristo.
Santificar significa consagrar. Ser santo significa ser como Dios; ser puro, completo, unificado y lleno de amor. Los fieles son santificados por la Misa acercándose al Santo en el altar, ofreciendo el sacrificio perfecto de Jesucristo a Dios Padre, y recibiendo su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. San Agustín enseñó que si tenemos la disposición correcta al recibir la Eucaristía, recibimos lo que somos y nos convertimos en lo que recibimos: llegamos a ser más plenamente el cuerpo de Cristo, quien es él mismo tan parecido a Dios el Padre que es la imagen perfecta de Él. Y, por supuesto, queremos llegar a ser más como Jesucristo, ¡una imagen pura y perfecta de Dios!
Las palabras del conocido himno en Inglés “Love Divine, All Loves Excelling” comunican esta verdad: El versículo primero incluye las palabras "Amor divino, todos los amores sobresalientes, la alegría del cielo desciende a la tierra, fija en nosotros tu humilde morada". El segundo verso dice “Ven todopoderoso a librar, recibamos toda tu vida; Vuelve de repente y nunca, nunca más se van tus templos ". Y finalmente en el versículo tres cantamos “Termina, pues, tu nueva creación, Pura e inmaculada seamos; Veamos tu gran salvación, perfectamente restaurada en ti".
Estas palabras se cumplen de la manera más hermosa en la Eucaristía. Jesús, que es el Amor Encarnado y la alegría misma del Cielo, viene a la tierra en la Eucaristía y habita en nosotros; durante unos minutos nos convertimos literalmente en su humilde morada. En la Misa recibimos la gracia que nos santifica; recibimos la vida misma de Dios. Oramos para que, al recibirlo, nunca abandone el templo que está creando al morar en nosotros. Y luego oramos para que él pueda "acabar" con nosotros, que somos su "nueva creación". En las palabras que cantamos, rogamos que seamos “puros y sin mancha” y “perfectamente restaurados” en Jesucristo hasta nuestra muerte y nuestro juicio particular que sigue al final de nuestra estadía terrenal, para que seamos dignos de ser uno. de los fieles difuntos que, por la misericordia de Dios, reposan en paz.
En la Misa los fieles ofrecen a Dios Padre el único sacrificio verdaderamente santo que Él merece, Jesucristo, su hijo. Y Dios Padre responde bañándonos con dones sobreabundantes que nos santifican para que algún día podamos disfrutar de la vida con él eternamente.
A lo largo de las Sagradas Escrituras, la gloria de Dios se refiere a que Dios se muestra como realmente es cuando se manifiesta o se revela al pueblo. Si bien hay tantos ejemplos de la gloria de Dios en el Antiguo Testamento, Jesucristo es la gloria de Dios plenamente revelada. (“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” [Juan 14: 9]). En el Evangelio de Juan, Jesús también se refiere a Su crucifixión como la "hora" de Su gloria, cuando Él es levantado en su trono, la cruz. En la cruz, Dios se revela como realmente es: amor eterno y abnegado. Dado que la Misa es una re-presentación del Calvario, encontramos este amor abnegado en cada Misa.
Habiendo encontrado la gloria de Dios, ¡la única respuesta adecuada es unirse a todos los ángeles y santos para glorificar a Dios! "Gloria in excelsis Deo!" Glorificarlo significa valorarlo altamente, exaltarlo como nuestro tesoro supremo y magnificarlo. Cuando glorificamos a Dios, estamos reconociendo quién es Él realmente y dirigiendo nuestras mentes, cuerpos y corazones de una manera que lo demuestra. Entonces, toda nuestra música, símbolos, gestos y palabras deben reflejar asombro por haber encontrado la belleza, dignidad, majestad y misterio de Dios mismo. Y nos regocijamos por el privilegio de unirnos a los ángeles y los santos para adorar a Dios en el cielo, donde Jesús está sentado a la diestra de Dios el Padre. "Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth ..."
Esta glorificación no es sólo lo que hacemos, es lo que hace Dios. En la Misa nos acercamos al Calvario, donde Jesús es levantado en la cruz. Además, el Padre nos da a su Hijo en la Eucaristía. El Padre glorifica a Su Hijo a través de Su amor abnegado al ser dado a nosotros como alimento y bebida.
Finalmente, notamos que la última instrucción dada a los fieles en la Misa es “Id en paz, glorificando a Dios con tu vida”. Habiendo participado de la gloria de Cristo en la Cruz y habiendo glorificado al Señor con nuestra adoración, cada persona es enviada a continuar glorificando a Dios a través de una vida de virtud dedicada a Jesús y su Iglesia.
Esta es una pregunta maravillosa y requiere una respuesta multifacética. En cierto sentido, una renovación litúrgica está (o debería estar sucediendo) en cada parroquia porque cada sacerdote, laico, parroquia y diócesis está llamado a una renovación constante y un crecimiento en la perfección. En otro sentido, y en el sentido que suponemos fue lo más importante para el feligrés que hizo esta pregunta, podemos decir lo siguiente: Conocemos una serie de parroquias en toda la Arquidiócesis y en el país que ya están o recién están comenzando una renovación como la que hemos estado haciendo en San Bartolomé. Algunas de estas parroquias están años por delante de nosotros y han proporcionado un modelo para nuestra parroquia. Otras están aprendiendo de nosotros. Otras parecen ser como nosotros en el sentido de que el Espíritu Santo los mueve simple y orgánicamente a buscar las prioridades expresadas en los documentos de la Iglesia.
Aunque estaría bien si estuviéramos "haciéndolo solos" (con el apoyo de los documentos de la Iglesia, por supuesto) es maravilloso e inspirador ver que hay varias parroquias buscando una renovación litúrgica. Si bien esto es inspirador, también sabemos que la popularidad no es una medida de lo que uno debería hacer. No debería sorprendernos que estén sucediendo renovaciones similares, ya que San Juan Pablo II, y especialmente el Papa Benedicto, enfatizaron la absoluta centralidad de la liturgia en la vida del cristiano. Pero, en definitiva, estamos concientes que muchas parroquias en diferentes lugares están comprometidas a una renovación litúrgica orgánica.
Al mismo tiempo, esta renovación también podría describirse como una acción que Dios está haciendo. Ya hemos mencionado a San Juan Pablo II y al Papa Benedicto. Pero el Papa Francisco también ha pedido una renovación en la sagrada liturgia. En un documento reciente, el Papa Francisco escribe: “Les pido que estén atentos para que cada liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados después del Concilio Vaticano II, sin las excentricidades que fácilmente pueden degenerar en abusos. Los seminaristas y los nuevos sacerdotes deben formarse en la fiel observancia de las prescripciones del Misal y de los libros litúrgicos, en los que se refleja la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano II”. Estas palabras de nuestro Papa podrían identificarse como la “declaración de misión” de la renovación litúrgica. De hecho, esta parroquia ha sido llamada por el Espíritu Santo, y sí, por el Papa Francisco, para evitar abusos dentro de la liturgia, para ser fiel a los libros litúrgicos y para una observancia vigilante y fiel de todo lo que la Iglesia enseña sobre liturgia. Aunque se necesita tiempo y paciencia, estamos comprometidos a ser moldeados por la liturgia en lugar de tratar de moldear la liturgia para ajustarse a nuestras formas cómodas que nos rodean.
La Iglesia ha reconocido desde hace mucho tiempo que el latín es el idioma de la Iglesia. Es la "lengua materna" de los católicos, podría decirse. Como parte esencial de nuestra herencia común, debe incorporarse, a través del canto, a la liturgia y al culto sagrado de manera más generosa de lo que se ha hecho en la mayoría de las parroquias en las últimas décadas. Contrariamente a la opinión popular, el Concilio Vaticano II enseñó que “se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos...Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde”.
El "Ordinario de la Misa" es lo que algunos llaman las "partes de la Misa", incluidas Gloria, Sanctus, (Santo), Mortem Tuam, (aclamación Memorial), Amen, (Amen), y Agnus Dei. (Cordero de Dios). Habrá notado durante estos últimos meses que hemos estado cantando la mayoría de estos ordinarios en latín. Como con cualquier cosa, se necesita tiempo para sentirse a gusto cantando algo nuevo, especialmente en un idioma que no es tan familiar para la mayoría. Entonces, con la repetición, y con el tiempo, tenemos la esperanza de que, como parroquia, recuperemos nuestra "lengua materna".
Pero esto no sucederá solo por ósmosis. En el documento que ayuda a los obispos y sacerdotes a implementar las reformas del Concilio Vaticano II, la Iglesia pidió que “los pastores velen cuidadosamente para que los fieles cristianos ... sepan recitar o cantar juntos en latín, principalmente con melodías sencillas, las partes del Ordinario de la Misa que les es propio”. Esta solicitud fue, a todos los efectos, completamente ignorada durante todos los rápidos cambios que ocurrieron en los años 60 y 70 y rara vez se tomó en serio o se logró en las décadas posteriores. A través de la catequesis que estamos haciendo y al recitar o cantar en Latín en las misas, San Bartolomé simplemente se esfuerza por ser fiel a lo que la Iglesia nos ha pedido priorizar.
El canto gregoriano, durante siglos, ha sido identificado como el modelo supremo de la música sacra y se le da un lugar de honor dentro de la liturgia. Esto nunca ha cambiado y ha sido repetido por los papas a lo largo de la historia, desde San Gregorio el Grande en el siglo VI hasta papas recientes como San Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco. San Juan Pablo II explica la importancia del canto de manera muy simple: “Con respecto a las composiciones de música litúrgica, hago mía la 'regla general' que San Pío X formuló con estas palabras: 'Cuanto más se acerque una composición para la iglesia en su movimiento, inspiración y sabor de la forma melódica gregoriana, más sagrada y litúrgica se vuelve; y cuanto más no esté en armonía con ese modelo supremo, menos digno será del templo ". ¡Esto es un gran elogio!
Esto significa que cuanto más se acerca una canción o himno en particular al canto gregoriano, más apropiado es incluirlo en la liturgia, mientras que cuanto más lejos del canto gregoriano es la música, más difícil es justificar su inclusión en la liturgia. San Juan Pablo II está repitiendo lo que sus predecesores y lo que el Concilio Vaticano II enseñó sobre el canto, es decir, que es especialmente apropiado para la sagrada liturgia y que debe “ocupar un lugar privilegiado en los servicios litúrgicos”. El Papa Benedicto XVI señaló que el canto debe ser "estimado" y como una parte hermosa de nuestra herencia católica única debe ser atesorado. Cuando se hace bien y bellamente, en latín o en lengua vernácula, nos ayuda a adorar bien al Dios que nos amó tanto que dio a su único Hijo para nuestra salvación
El órgano ha sido durante mucho tiempo y sigue siendo el principal instrumento de la Iglesia y debería ser prioritario como instrumento de la liturgia. Es verdaderamente un instrumento litúrgico, ¿dónde más se escucha tocar un órgano? ... Es cierto, en un juego de beisbol se puede escuchar también, pero una de las cosas que es única del órgano es que está reservado casi exclusivamente para un contexto litúrgico.
Como instrumento de viento, se puede tocar con una potencia increíble o se puede tocar como un suave acompañamiento de apoyo al canto. El Concilio Vaticano II enfatizó que en la Iglesia Católica Romana “el órgano de tubos debe ser tenido en alta estima, ya que es el instrumento musical tradicional que agrega un esplendor maravilloso a las ceremonias de la Iglesia y eleva poderosamente la mente del hombre hacia Dios y hacia realidades elevadas." Cuando se toca maravillosamente, el órgano realmente atrae nuestra atención hacia la grandeza de Dios, eleva los sentidos, la mente y el corazón a lo divino.
Es por esto que San Juan Pablo II escribió que él, junto con sus predecesores, “reconoce sin dudarlo el predominio del órgano de tubos y establece las normas adecuadas para su uso”. Aparte de la voz humana, ningún otro instrumento goza de tanta consideración en toda la historia de la Iglesia.
Parte 1: Esta es una pregunta tan importante, cuya respuesta ha tenido un impacto significativo en la renovación litúrgica. San Juan Pablo II escribe lo siguiente: “Hoy, además, el significado de la categoría ‘música sacra’ se ha ampliado para incluir repertorios que no pueden ser parte de la celebración sin violar el espíritu y las normas de la liturgia misma”. El liderazgo de la parroquia y los feligreses de toda la parroquia prestaron atención a las palabras del gran Santo hace casi dos años preguntando, ¿podría nuestro "repertorio" de música, que era muy similar a muchas parroquias, ser un ejemplo de esto?
Descubrimos que la Iglesia ha enseñado que toda la música sagrada litúrgica adecuada para la sagrada liturgia poseerá tres características: 1) Santidad, 2) Bondad de forma ó verdadero Arte y 3) Universal. La más importante de estas tres cualidades es que, en el más alto grado, debe ser verdaderamente santa, es decir, como mínimo, debe “eliminarse toda profanación” tanto en la canción misma como en la forma en que se presenta. Recuerde que, en este contexto, ser santificado es “ser apartado” para un propósito sagrado. Cuando la Iglesia habla de no permitir que los profanos entren en la liturgia, se refiere a que sólo lo que fue reservado para la Iglesia deberá pertenecer a ella.
El Concilio Vaticano II enseñó que “a música sacra debe considerarse más santa en la medida en que esté más estrechamente relacionada con la acción litúrgica, ya sea que agregue deleite a la oración, fomente la unidad de las mentes o confiera mayor solemnidad a los ritos sagrados”. Aquí el concilio enfatiza que para ser santo debe estar íntimamente relacionado con la liturgia (el lenguaje debe ser litúrgico en lugar de profano o secular) y cuanto más litúrgico sea, entonces será más apropiado para la liturgia. La música sacra litúrgica también fomentará la unidad porque las palabras del canto deberán dar una teología clara. Es decir, las palabras son verdaderas y teológicamente precisas. Y esa música logra tener un gran sentido de lo sagrado, esencialmente logra centrarse en la solemnidad de lo que conmemoramos en la Misa: la pasión y muerte de Jesús. El Venerable Pío XII lo expresó de esta manera: La música litúrgica sagrada “debe conducir al noble fin al que está destinada”. En Parte 2, exploraremos los otros dos criterios: Arte verdadero y Universal.
En Parte 1 aprendimos que una característica de la música litúrgica sagrada es que debe de ser santa es decir, está reservada para un propósito sagrado. La música sacra litúrgica también debe ser un verdadero arte. Debe estar bien compuesta, verdaderamente hermosa y musicalmente sólida. En otras palabras, el arte y la calidad musical deben beneficiarse de siglos de hombres y mujeres empapados de la tradición de la música litúrgica sacra, de la teoría musical, y que ellos mismos aprendieron de los maestros y de los libros litúrgicos.
Después del Concilio Vaticano II, todo tipo de arte musical malo fue lamentablemente admitido en las liturgias. En la década de 1960-1990 se produjo una ruptura total con la tradición musical; este fue un período de tiempo en el que se compusieron canciones y se usaron en la sagrada liturgia que no eran ni santas ni buenas obras de arte. Muchas de esas canciones han sido condenadas desde entonces por una autoridad legítima u otra, pero muchas desafortunadamente aún se pueden escuchar hoy. El ejemplo más extremo de esto podría ser la infame misa “My Little Pony” compuesta por uno de los compositores más populares del himnario llamado: Gather Hymnal. La composición del himno del Gloria fue literalmente la melodía de "My Little Pony!" Un ejemplo así indica lo que sucede cuando algo cuenta como “arte” y en lugar de una continuidad y un desarrollo genuinos hay una ruptura y un rechazo de la tradición. El Concilio Vaticano enseñó: "La Iglesia aprueba todas las formas de arte verdadero que tengan las cualidades necesarias y las admite en el culto divino".
El tercer carácter de la música sacra litúrgica es que deba ser universal. Esta cualidad surge del hecho de que es sagrado y que es un buen arte. Aunque muchas canciones reflejarán las naciones de las que procede su composición ( por ejemplo, muchos de los himnos del Himnario que usamos en San Bartolomé: St. Michael´s Hymnal son de origen inglés), San Pío X enfatizó que “aún estas formas deben subordinarse de tal manera a las características generales de la música sacra que nadie de cualquier nación pueda recibir una impresión más que buena al escucharlas".
San Juan Pablo II y San Pablo VI dijeron: “no todo lo que sin distinción está fuera del templo (profanum) es apto para cruzar su umbral”. Tenga en cuenta que aunque cierta música no sea adecuada para la liturgia, esto no significa necesariamente que no sea adecuada para otros contextos. “This Little Light of Mine”, una canción en inglés, por ejemplo, claramente no es litúrgica, pero es una gran canción y melodía para los campamentos de verano con los más pequeños. No recomendamos canciones religiosas que sean ambiguas o falsas, pero muchas canciones que ya no cantamos en nuestras liturgias son perfectamente adecuadas para otras ocasiones.
Hemos estado cantando un canto común y simple inmediatamente después de que suena la campana. Estos cánticos se denominan antífonas, en este caso, concretamente un “introito” o antífona de entrada”. Estas antífonas son uno de los textos de la Misa al igual que las diversas oraciones y lecturas. Estos textos son parte del hermoso conjunto de la sagrada liturgia - las lecturas, oraciones y antífonas no son sólo azar, son cuidadosamente seleccionados, entretejidos, y proceden directamente de la tradición y la escritura sagrada de la Iglesia.
Las palabras de las antífonas son verdaderamente hermosas y pertenecen a la misa como contribución sagrada a la liturgia. A través de nuestra renovación litúrgica, estamos redescubriendo gradualmente el lugar de las antífonas y hemos comenzado cantando aquellas que la Iglesia ha identificado como estacionales, es decir, que se ajustan a la temporada litúrgica en la que nos encontramos. Oirá a muchas de las mismas a lo largo de las semanas porque las estamos repitiendo. Y una vez que aprendamos las antífonas estacionales y nos acostumbremos a ellas, introduciremos gradualmente nuevas antífonas que son las apropiadas (prescritas) para el domingo o día festivo. Estos esfuerzos para gradualmente reintroducir estos textos extraídos de la Escritura o escritos por la Iglesia es una parte importante de nuestro esfuerzo por cantar la sagrada Liturgia.
Prácticamente hablando, en este momento, para la antífona de entrada, suenan las campanas, los fieles se ponen de pie y se canta una vez la antífona de entrada. A esto le sigue inmediatamente un himno adecuado y la procesión de entrada. La antífona nos ayuda en la adoración, así que no dude en unirse al canto. O simplemente seguir las palabras, escucharlas y rezarlas interiormente con el cantor.
La repetición es un método importante para aumentar la familiaridad y profundizar en algo. En este caso, la repetición de un canto permite que la melodía y el texto, en cierto sentido, entren más profundamente en nuestra alma para que podamos tener una participación interior más fructífera. Es inspirador que algunos feligreses, y muchas de nuestras familias jóvenes, hayan aceptado el desafío de aprender estos cantos debido a su belleza y porque nos conectan con miles de católicos a lo largo de los siglos que han cantado estas mismas melodías y rezado, a través del canto estas mismas palabras.
Los cánticos particulares que cantamos actualmente (cuando tenemos tiempo para hacerlo al final de la comunión) en muchas de las misas son antífonas estacionales. Cada una fue escrita para honrar diferentes aspectos de los privilegios de María: Su maternidad, Virginidad perpetua, Asunción, Inmaculada Concepción, etc. Cada antífona está dirigida a María, lo que nos permite a nosotros, sus hijos, honrarla como Cristo quiso que lo hiciéramos.
La tradición de la Iglesia nos da ciertos días para reflexionar sobre ciertos aspectos de las cualidades y virtudes de María. La Liturgia de las Horas (la oración oficial de la Iglesia) establece un ciclo a lo largo del año litúrgico en el que se prescribe y canta una de las antífonas marianas de acuerdo con los tiempos litúrgicos en los que nos encontramos. Desde el Adviento hasta la Presentación del Señor (2 de Febrero) cantamos Alma Redemptoris Mater. Desde el día después de la Presentación (3 de Febrero) hasta el final de la Cuaresma, se canta Ave Regina Coelorum. Luego, desde Pascua hasta Pentecostés, tenemos la muy conocida Regina Coeli. Y finalmente, después de Pentecostés (Tiempo Ordinario), Salve Regina es la antífona prescrita.
Si bien ciertamente no hay nada de malo en cantar estas antífonas en otras ocasiones, es más apropiado cantarlas o rezarlas durante su tiempo apropiado. Hacerlo también nos ayuda a orientar nuestra vida de acuerdo con el calendario litúrgico y la vida de la Iglesia.
Sí, la oficina Doctrinal de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos emitió recientemente un documento maravilloso que identificó errores comunes que se encuentran en muchos himnarios que pretenden ser "católicos". Al hacerlo, los obispos han reforzado lo que siempre se ha enseñado pero no siempre se ha hecho: que el contenido doctrinal de los himnos es y debe ser una prioridad. Si una canción incluye palabras heterodoxas, palabras que no son fieles u ortodoxas, entonces no se puede cantar en la liturgia. Lo mismo puede decirse de las vagas formulaciones teológicas que no se basan en la tradición católica. Las canciones heterodoxas o vagas están descalificadas para ser cantadas en la Misa.
Es esencial que a la hora de seleccionar la música, las selecciones no sólo se basen libremente en un tema de las escrituras o adoptan temas de la cultura circundante que puede ser la antítesis de la enseñanza de la Iglesia. Más bien, los obispos de los Estados Unidos enfatizan que los himnos deben ser citas directas o estar estrechamente relacionados con la Sagrada Escritura y la teología litúrgica. Esto es esencial para componer, seleccionar e interpretar música. San Juan Pablo II destacó que “Debemos orar a Dios con fórmulas teológicamente correctas y también de una manera hermosa y digna. En este sentido, la comunidad cristiana debe hacer un examen de conciencia para que la belleza de la música y los himnos regresen una vez más a la liturgia. Deben purificar la adoración de la fealdad de estilo, de las formas de expresión desagradables, de los textos musicales sin inspiración que no son dignos del gran acto que se está celebrando ".
Debemos señalar que esto es también lo que pidió el Concilio Vaticano II: “Los textos que se pretenden cantar deben estar siempre en conformidad con la doctrina católica; de hecho, deberían ser extraídas principalmente de las Sagradas Escrituras y de fuentes litúrgicas ”. ¡La Iglesia se mueve lentamente! Estamos orgullosos de ser una parroquia que a través de la renovación litúrgica, comenzó a hacer lo que San Juan Pablo II y el Vaticano II pidieron antes de la publicación de los obispos.
Hay una antigua máxima que dice: lex orandi, lex credendi, lex vivendi. Que se traduce: como rezamos, creemos y vivimos. En otras palabras, la oración es fundamental para la vida de un católico y las palabras que rezamos nos forman y forman nuestra mente y corazón, y también influyen en las formas en que vivimos nuestras vidas. Por eso es de vital importancia que las palabras que rezamos en la liturgia sean verdaderas y precisas.
Porque la música litúrgica acreditada tiene un papel increíblemente integral en la liturgia; es importante “hacerlo bien” y adherirse a las enseñanzas y prioridades eternas de la Iglesia. Una forma de hacerlo es que muchos de los cánticos que cantamos (especialmente las antífonas) son citas directas de las Escrituras, especialmente los salmos. Además, la disposición de los salmos que seleccionamos y cantamos son ahora textualmente de las Escrituras en lugar de una paráfrasis de los salmos, como se cantaba comúnmente en los últimos años.
Ustedes también notarán que cantan himnos hoy en día que están escritos por Santos como Santo Tomás Aquino o San Bernardo de Claraval, que tenían un gran amor por Cristo Eucaristía y la Virgen. Y luego, con respecto a los otros himnos que seleccionamos, nos aseguramos cuidadosamente de que no haya error o ambigüedad en las palabras que cantamos. Ayuda que nuestro nuevo himnario, el Himnario de San Miguel, esté lleno de himnos muy fuertes. A través de los siglos la Iglesia y los Santos han dejado claro que las palabras que rezamos son importantes, es por esto mismo que no se puede cantar cualquier cosa y de cualquier manera.
No estamos destinados a ser simples observadores en la Misa, pero tampoco en constante actividad externa. Estamos llamados a participar plena, consciente y activamente, tanto interior como exteriormente. La primera prioridad es unirse en oración interiormente. Entras interiormente en el misterio de la Misa elevando tu corazón y tu mente a Dios y reflexionando sobre los misterios sagrados, sobre lo que está sucediendo en la sagrada liturgia. El Papa San Pío X habló por primera vez de la noción de participación activa en la Misa y la describió de esta manera: “Si deseas participar activamente en la Misa, debes seguir con los ojos, el corazón y la boca todo lo que sucede en el altar. Además, debes orar con el sacerdote las santas palabras dichas por él en el Nombre de Cristo y que Cristo dice por él. Tienes que asociar tu corazón con los santos sentimientos que están contenidos en estas palabras y en este asunto debes seguir todo lo que sucede en el altar ”.
Tenga en cuenta que el gran santo no sugiere que la participación en la Misa tenga que ver con estar moviéndose, manteniéndose ocupado con el cuerpo. La intencionalidad, la devoción y la participación interior en el sacrificio de la Misa es vital. Ciertamente, es útil hacer todo lo posible para evitar distracciones, como mirar a los demás o pensar en su lista de tareas del día. La participación activa se trata principalmente de su disposición interior. Cada persona debe considerar cuidadosamente la disposición que tiene cuando asiste a Misa.
Cada uno debe esforzarse con todas sus fuerzas, y con la ayuda de Dios, para tener la disposición alentada por el Venerable Papa Pío XII: Tener “las disposiciones que tenía el Divino Redentor cuando se sacrificó - el mismo espíritu humilde de sumisión - es decir, de adoración, amor, alabanza y acción de gracias a la gran majestad de Dios ... para que reproduzcamos en nosotros la condición humilde y de abnegación que nos enseña el Evangelio, por la que por nuestra propia voluntad hacemos el sacrificio voluntario de la penitencia, el dolor y expiación por nuestros pecados ". La actividad principal de los fieles laicos durante la liturgia es la de estar dispuestos interiormente, atentos y receptivos para llegar a ser como el mismo Jesucristo.
Como se señaló la semana pasada, la participación interior en la liturgia es la primera prioridad, sin embargo, la participación exterior también es importante y útil porque somos criaturas corporales y lo que hacemos con nuestro cuerpo impacta nuestra alma. Toda la persona debe estar comprometida en la oración y especialmente en la oración más alta, la liturgia. Esto implica gestos corporales como arrodillarse, hacer una genuflexión, inclinar la cabeza ante el nombre de Jesús, "manos de oración", etc. Implica decir las oraciones conscientemente, cantar lo mejor que pueda, actuar al unísono con la asamblea, abrazar el silencio comunitario y escuchar con reverencia y atención. Lo que hacemos con nuestro cuerpo puede ayudarnos a permanecer despiertos, alertas, reverentes y comprometidos, a participar interiormente, y así glorificar verdaderamente a Dios y ser santificados.
Nótese que la participación interior y exterior están íntimamente ligadas pero, como afirma el Papa Benedicto XVI, “hay que dejar claro que la palabra 'participación' no se refiere a una mera actividad exterior durante la celebración. También significa una mayor conciencia del misterio que se celebra y su relación con la vida cotidiana. La participación fructífera en la liturgia requiere que uno se conforme personalmente con el misterio que se está celebrando ”. Por eso es muy recomendable, y quizás incluso vital, que los signos exteriores estén unidos a su significado intrínseco.
Algunos ejemplos: cuando entras en la Iglesia, sumerges los dedos en el agua bendita y te bendices, este signo exterior debe estar conectado con el recuerdo interior de nuestro Bautismo y la incorporación a la vida de la Trinidad. Cuando nos arrodillamos durante la consagración hay un profundo significado interior: sumisión ante Dios, penitencia / arrepentimiento, adoración y reverencia. Finalmente, dos ejemplos de una sólida participación exterior son: la importancia de cantar lo mejor que podamos y de ofrecer respuestas rápidas y claras a las diversas oraciones y diálogos. Cuando participamos a través de acciones exteriores de manera más intencionada y con mayor conocimiento de por qué las hacemos, estamos más dispuestos a participar interiormente y a glorificar más plenamente a Dios y ser santificados por la Misa.
El incienso es un sacramental de la Iglesia que se usa con mayor frecuencia para bendecir, santificar, purificar y venerar durante la celebración de la Misa. El incienso también se puede usar en otros momentos de la vida de la Iglesia. La palabra "incienso" proviene de la palabra latina incendere que significa "quemar". (Esta es la misma palabra latina de la que proviene "incinerar".) El incienso se consideraba un bien de gran valor en la antigüedad y su uso en la adoración comenzó mucho antes del Cristianismo. Era muy común en el judaísmo y fue utilizado desde el principio por los primeros cristianos. La historia documentada más antigua del uso del incienso en la liturgia Católica data desde el siglo V en lo que se conoce como las "Liturgias de Santiago y San Marcos". ¿Y cómo podemos olvidarlo? Dos de los regalos que Jesús recibió de los magos en su nacimiento fueron incienso y mirra, un tipo de incienso.
El incienso es típicamente una resina (savia), ya sea de plantas o árboles. El incienso, por ejemplo, proviene de los árboles Boswellia sacra. Se rocía incienso sobre las brasas encendidas creando un humo aromático. Hay muchos aromas diferentes de incienso y el sacerdote es libre de elegir qué aroma le gustaría usar. Es por eso que a veces el incienso huele más o menos floral, o dulce, etc.
Antes de quemarlo, el incienso se guarda en lo que se llama la naveta. Para ser quemado durante la liturgia se coloca sobre brasas en lo que se conoce como el incensario ó turíbulo. El turíbulo es el censor metálico suspendido de cadenas. Cuando hay un monaguillo o acólito que lleva o tiende el incienso durante toda la Misa se le llama turífero. Y, finalmente, ¿creerías que la palabra “incienso” se usa 170 veces en la Biblia? El incienso siempre ha sido una parte hermosa de la tradición Católica.
En resumen, es porque el incienso es un signo durante la liturgia que ayuda al pueblo de Dios a involucrar los sentidos y a ver, oler y escuchar las realidades de lo que sucede en cada Misa. Hay una hermosa riqueza y profundidad de significado en la quema de incienso que es una señal que apunta a realidades más profundas. Quizás el más obvio es que el humo que se eleva o se desplaza hacia los cielos es una imagen de las oraciones de los fieles que se elevan al cielo. Esto recuerda el Salmo 141,2: "Sea mi oración incienso delante de ti; mis manos alzadas, ofrenda de la tarde".
El incienso también purifica y santifica lo que toca, por eso la gente es bendecida con incienso: nos purifica y santifica ritualmente antes de acercarnos al altar. El incienso también ayuda a fomentar un sentido de misterio y asombro (casi de otro mundo) porque nos recuerda que en la Misa el cielo besa la tierra. Considere la fascinación de un niño pequeño que mira ansiosamente el humo que se desplaza desde el incensario hasta los Cielos. De la misma manera que un niño se maravilla con el humo, nosotros, que somos capaces de ver la realidad celestial más profunda, deberíamos maravillarnos de estas realidades. El dulce aroma también nos recuerda la dulce presencia de Dios en medio de nosotros. Con el incienso obtenemos una sensación del ambiente del Cielo como se describe en el Libro de Apocalipsis, donde San Juan vio incienso en la visión del Cielo. ¡Qué apropiado es usar este signo que nos revela la Palabra de Dios!
Y finalmente, el uso reverente del incienso realmente agrega solemnidad y misterio a la Misa. Mediante el signo del incienso, los fieles tienen la sensación real de que algo diferente, algo extraordinario, algo verdaderamente celestial está sucediendo en cada Misa. El incienso nos ayuda a reconocer la realidad de lo que está sucediendo en el altar: una ofrenda de sacrificio; nos recuerda la quema de víctimas que se usaron en el Templo de Jerusalén, y nos ayuda a ver cómo el sacrificio de Cristo de su propio cuerpo y sangre es el sacrificio máximo.
Estas son sólo algunas de las razones por las que usamos incienso con más frecuencia y por qué es digno de elogio hacerlo.
Las campanas han sido durante mucho tiempo parte de la tradición católica. El primer cristiano en escribir con frecuencia sobre campanas es San Gregorio de Tours. Las primeras campanas cristianas eran de origen celta. Las campanas eran consideradas como una parte esencial del equipo de toda la Iglesia. A lo largo de los siglos, las campanas han sido una señal para comunicar algo importante al pueblo de Dios. Por ejemplo, han sonado campanas para anunciar la hora de la Misa, o para llamar a la oración o incluso para anunciar que un feligrés estaba muriendo o había muerto para alentar las oraciones por el feliz reposo de su alma, también para que los trabajadores del campo supieran que en la Misa la Sagrada Hostia se elevaba en alto para que pudieran hacer una pausa y hacer un acto de adoración, como lo hizo el apóstol santo Tomás al encontrarse con Cristo resucitado: “Señor mío y Dios mío”.
Las campanas se han utilizado para reunir a la comunidad como todavía vemos hasta el día de hoy en los monasterios. El choque de varias campanas a la vez significa alegría y solemnidad. Por ejemplo, cuando se canta la Gloria el Jueves Santo, las campanas suenan durante todo el himno de alabanza. En resumen, las campanas son características de las iglesias católicas y durante mucho tiempo han sido un signo que comunica algo al pueblo de Dios.
Cuando se tocan antes de la Misa son un signo de un llamado desde arriba que no nos obliga, sino que nos invita a levantarnos y preparar nuestro corazón para algo grande. Esta es la actitud de todo creyente en la Misa: nos preparamos para el mayor don a la humanidad, es decir, el don de Cristo en el altar para que todos lo adoremos y luego lo recibamos en comunión. Hay una hermosa costumbre en algunos lugares que consiste en invitar a los fieles a ponerse de pie para prepararse a cantar la antífona de entrada o el himno con el sonido de una campana. Y es que a veces, es mejor comunicarse mediante señas que con palabras, después de todo hablar a través de señas es el lenguaje de los enamorados.